Cuantas contradicciones vivimos en nuestro fuero interno a lo largo de la vida... Esos momentos en los que batallamos con nuestra propia mente y nuestro corazón. Pelean nuestros pensamientos y sentimientos. Veamos un pequeño ejemplo de ello:
Si supiera al menos lo que quieres,
no me obligues a cambiar de actitud.
Por un lado tratamos de seguir siendo nosotros mismos, que todo vaya bien sin cambiar nada en nuestra personalidad. Tratamos de formar un uno indivisible. Por otro lado, tememos que, para conseguir que no existan ciertos problemas, tengamos que dejar atrás una parte de nuestra forma de ser.
Nos sucede muy a menudo. No queremos perder a la persona a la que tantos sentimientos le profesamos. Sabemos que para no perder a esta persona, hemos de dejar de lado algo nuestro. Y sufrimos... ¿Merecerá la pena? ¿Hará lo mismo por mi? ¿Porque tengo que cambiar yo? ¿No podríamos cambiar los dos?
¿Qué podemos hacer en estos casos? ¿Ceder, pedir algo a cambio? Difícil cuando los sentimientos dominan parte de nuestra razón.
¿Lo más razonable? Hablar y escuchar. En base a ello, decidir, con la cabeza. Podemos sentir que preferimos decidir con el sentimiento, pero tal vez sea positivo pensar que tuvimos vida antes de conocer a esa persona y, sin esa persona a nuestro lado, la seguiremos teniendo. Aunque siempre hay de quien prefiere perder su pequeña parcela en favor de la persona amada. Hasta que, a causa de esa entrega excesiva que se va produciendo a medida que pasa el tiempo, esa persona amada se cansa de estar junto a alguien sin vida. Hasta que esa persona amada decide que con que vivir su vida por si misma es suficiente, no necesita que nadie más viva su vida.
No hablamos de romper cualquier relación ante este tipo de situaciones, sino de analizar dichas situaciones friamente, siendo conscientes de nuestra propia vida, la parte más importante de nuestras vidas. Aunque haya de quien nos ayude a ser personas más grandes, mejores, si una persona no quiere mejorar, no importa lo que se le diga, no importa lo que lea.
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